domingo, 15 de enero de 2006

ACCIÓN PEDAGÓGICA SAPIENCIAL







ACCIÓN PEDAGÓGICA SAPIENCIAL UNIVERSITARIA

Publicada en la revista Verbo nº 209 - 210

Introducción.

Cuando supe que la palabra “Acción" era obligada presencia en los títulos de todos los foros, tuve un momento de tentación, que rechacé inmediatamente, pensando en la “filosofía de la Acción”, en ese hombre enajenado y reabsorbido por el Estado, sin ideas ni perspectivas. Pero la Acción de la “Ciudad Católica” tenía que ser una acción, que podemos llamar <>, de carácter universal y que abarca todos los aspectos de la vida, dándole teleología (sentido) a la misma.
Los jóvenes universitarios de la “Ciudad Católica” son hombres de acción pero con ideas. Si no hay ideas claras, no hay convicciones y, sin éstas, no puede haber sinceridad, que es condición necesaria para que las ideas sean comunicables, es su vivencia, el camino de la sabiduría.
Los jóvenes universitarios de la “Ciudad Católica” quieren sintonizar con todo lo positivo de los tiempos modernos. Pero están convencidos que para que haya buena sintonía es preciso que la cabeza sea firme, con ejes claros y con corazón blando, abierto a la simpatía. Saben que si aflojan la cabeza y endurecen el corazón surge la confusión y la terquedad, situación imposible para entenderse.
Los jóvenes universitarios de la “Ciudad Católica” no se avergüenzan de las raíces católicas y cristianas de la civilización occidental, pues consideran más importante las bases morales, que le han dado consistencia social y sentido final a la vida humana, que las realizaciones materiales, nacidas al margen del Cristianismo. Somos católicos y no nos deslumbramos con los “juguetes” de la civilización, que se aprenden sobre la marcha y en los libros. Nos admira, en cambio, la solidaridad fraterna en esa divina fisiología del Cuerpo Místico que es la Iglesia.
…/. Unamuno, nada sospechoso de clerical, decía en clase: “Prefiramos siempre a la bota henchida de Sancho Panza, que refresca su boca llena de refranes, la escuálida figura de don Quijote, alzando sobre la fatigada cabalgadura la lanza, que parece el índice de España señalando el ideal, pues yo prefiero ser africano de San Agustín que europeo de Descartes. No importa nada que los caballeros sean mendigos, con tal de que los mendigos sean caballeros…”.
Y con estas ideas pueden deducir, con claridad, lo que son y a dónde van los jóvenes de “Ciudad Católica”. ¡Echemos andar! Os invitamos a todos, especialmente a los estudiantes universitarios, hombres del inmediato mañana, para que caminen junto a nosotros con sencillez, confianza y sinceridad, lanzando hechos por delante para que las razones prueben. Caminaremos, entre montañas de dificultades y por el bosque del desprecio, animosos y pacientes como niños con un recado. Son hombres de acción pero con ideas que dan sentido a sus vidas para poder decir a los enterradores de ideologías aquello de que <>.
Y con esta pequeña introducción de nuestros propósitos entramos directamente en el tema de nuestro foro.


I. Actitud antipaternalista y actitud sapiencial del universitario.

En la juventud se estructura el pensamiento abstracto y se enfocan los problemas desde un punto de vista general, pero siempre a través de criterios externos y ajenos. El espejismo de lo nuevo “atrae” al joven con vehemencia, produciendo en él la tendencia a romper con lo que él considera “viejo”, el lazo familiar. Entonces empieza el aleteo independiente y la aventura de la vida, sin pisar firme la realidad y sin darse cuenta de que lo “nuevo”, como tal, no significa nada ni tiene valor alguno si no está conectado con lo verdadero, lo justo y lo bueno. La Universidad será para el joven emancipado un campo de aterrizaje ideal. Allí encontrará el grupo que sintonice con sus anhelos y aventuras. En bastantes ocasiones encontrará y buscará paternalismos sin padre.
Si escoge el paternalismo de los “intelectuales” se agrava su enfermedad espiritual, que podemos llamar soledad o tedio. En el mejor de los casos, esta soledad le empujará a la casa paterna buscando, con píos lastimeros, los amores que nunca fallan, los de los padres. Si no se produce la reacción del “hijo pródigo”, tendremos al hombre desarraigado que, como “intelectuales”, construirá sobre arena programas imaginarios y, al final, cansado de tanta programación ineficaz, caerá en las garras de misteriosas fuerzas que antes solapadamente secaron las raíces que nutrían su vida espiritual, las raíces de la educación familiar.
Cuando hablamos de “intelectuales”, no nos referimos a los grupos verdaderos de estudiosos que del manejo de las ideas hacen maestría, que esto sería una actitud sapiencial, sino me refiero a los profesionales de la inteligencia, a los que, según la pintoresca fórmula del chotis, constituyen "la crema de la intelectualidad". Podrán ser muy doctos, pero, si son profesores, nunca serán maestros, por carecer de nobleza, hombría y caridad. No formarán hombres completos, sino hombres macrocefálicos, grupos “selectos”, en donde sólo ingresan, con gran esfuerzo, los iniciados. Una vez parapetados en las murallas del grupo, disparan sus dardos contra todo aquel que piense diferente, siendo una de las características de los “intelectuales” el ser desagradecidos.
Me cuenta un amigo que en la Universidad de Munich el profesor Schlund dedicó todo un semestre a estudiar la tipología humana. Al hablar del “intelectual” cargó sobre él el “sambenito” de la ingratitud: busca favores, se humilla y arrastra para conseguirlos; después se venga de los donantes. El “intelectual” de nuevo cuño es material apto para espíritu de tribu, no se da, es egoísta e ingrato, que repite en sus adentros el clásico “más merezco”.
Si el joven universitario escoge el grupo de profesores inteligentes se curará muy pronto de su aventura emancipante y avanzará rápidamente en su formación académica, y moral, habrá empezado a andar el camino de la Acción Sapiencial. Porque el hombre inteligente, si es profesor se convierte en maestro desinteresado, da sin recompensa, virtud característica del padre de familia. El inteligente no sólo comunica saberes, también vida. Para él no se trata de que sus discípulos sepan muchas cosas, sino se trata de saberlas bien, incorporándolas de tal forma que se confundan con la propia personalidad.
A raíz de los disturbios universitarios, fueron muchos los que se lamentaban de que los estupendos saberes que atesoran nuestros universitarios no les saquen de su mediocridad; en la vida no tienen signo de distinción y se dejan llevar por cualquier viento y, a veces, por simples brisas ambientales. No sin razón, la tan calumniada Escolástica, junto a la ciencia colocaba la Sabiduría, que es actitud personal frente a eso que “está ahí” y que nos trasciende; puede ser incluso la mineralogía o las matemáticas, por poner el ejemplo menos filosófico.
¿Es que no existen en España maestros inteligentes? Desde luego existen y en gran escala, pero les falta el sosiego necesario y ambiental para transmitir a sus alumnos sabiduría y vida. Quisiéramos llegase el momento, y se crease el ambiente, para que los mejores estudiantes se encerrasen con sus profesores-maestros a meditar, a trabajar, olvidando el reloj, la Comunidad Europea o la OTAN…
El profesor inteligente, que siempre es maestro, es el que crea en la Universidad el clima familiar, el que mejor representa, aunque sin superarlo, las virtudes de la paternidad natural.
Siendo la Universidad el paso obligado de los dirigentes del mañana inmediato, para actuar en la sociedad, debe dirigirse la mirada hacia la familia en donde se realizan y perfeccionan las relaciones entre individuo y sociedad. Cuando más perfecta sea una asociación pública, tanto más imitará el modelo de la vida familiar. La ley y la libertad conviven perfectamente en la familia y fuera de ella se convierten muchas veces en enemigos declarados. El padre de familia, interviniendo en los asuntos universitarios, se entendería perfectamente con un claustro de profesores inteligentes y maestros. Resultaría agradable el salto del graduado a la vida social y política, se daría el salto sin desgarraduras interiores. La familia universitaria continuaría con el respaldo de los catedráticos o profesores, se podría recurrir a ellos con confianza en los problemas difíciles. La familia nos enseña a suscribir, sin reservas, lo que es el alma misma de la sociedad organizada: la jerarquía definida por los servicios que presta y éstos nunca tienen reciprocidad por parte de los hijos. La relación profesor-discípulo tiene su modelo irrebatible e imagen en las relaciones de la paternidad impuesta por la naturaleza, obra de Dios.
La Universidad es la intermediaria entre la familia y la sociedad y en ella no se puede prescindir de las líneas del instinto familiar: la obediencia, la jerarquía, la disciplina y, aprovechando hasta el límite posible, lo espontáneo.


II. El “cor irrequietum” de San Agustín puede convertirse en conocimiento sapiencial.

El joven estudiante, procedente de un ambiente familiar católico, que ha sabido inquietar su corazón en el continuo anhelo de buscar y poseer a Dios, al llegar a la universidad convertirá el “cor irrequietum” de San Agustín en conocimiento sapiencial que le servirá de defensa, en primer lugar, frente a ese humanismo científico-positivista que se abre camino aceleradamente en nuestras facultades y que “rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretende explicarlo todo sobre una base puramente científica”, de modo que predispone al universitario a vivir prescindiendo de Dios, amparado en el progreso de la ciencia y de la técnica. Sin darse cuenta de que “no hay espectáculo más triste de ver que el que presenta el hombre de esclarecido ingenio, cuando acomete la empresa imposible y absurda de explicar las cosas visibles por las visibles, las naturales por las naturales“ sin tener presente, tal como enseñara San Agustín que “así como la tierra no se puede ver si no está iluminada por la luz, de la misma manera las verdades que se enseñan en las ciencias … no pueden ser entendidas si no están iluminadas por Cristo, que es el sol espiritual”.
En segundo término el “corazón sin reposo” agustiniano puede convertirse, también, en conocimiento sapiencial que nos haga salir de la abulia general en que está sumida parte de la juventud universitaria “merced” a los medios de comunicación social modernos, que tiranizan las inteligencias. Porque el pequeño grupo que nos hablan por prensa, radio y televisión no son más que tiranuelos que se imponen y no dejan hablar a nadie en una tertulia. Se reciben demasiados impactos, se nos sirven manjares sin apetecerlos, se nos lava constantemente el cerebro y no se discurre por cuenta propia, sino por cuenta ajena. Los jóvenes universitarios de la “Ciudad Católica” hemos reaccionado ante este estado de cosas. Queremos aprender a pensar, a ver, con nuestros propios ojos, que todos los seres de la creación están abiertos los unos a los otros, a semejanza de la Trinidad augusta. Todo está ordenado a otro y por el cual se complementa. No existe ningún ser que esté solo; todos dan y reciben: en la naturaleza exterior, la flor toma el alimento de la tierra, mediante la planta con sus raíces, respira por las hojas y vive de la luz y del calor.
Existe, por otro lado, la tendencia a cerrarnos a nosotros mismos, de esconder el misterio personal. Aquí tiene la fe que actuar para abrir las puertas cerradas de una inseguridad desesperante y estar dispuestos a las exigencias del Ser Creador, de Dios. Hablando de este anhelo metafísico que todos, más o menos, percibimos frente a la abulia de la nada, dice T. S. Eliot en su The Cocktail Party: “Si por lo menos tuviese es mis manos la varita mágica para poder encontrar el tesoro misterioso y escondido, que, despreciado u olvidado y recubierto de cieno, está encerrado hace tiempo en alguna cárcel. Si todo esto no tuviese sentido, quisiera curarme de este anhelo de querer lo que no puedo encontrar y de la vergüenza de no ser posible el hallazgo”. Y aquel energúmeno de la ansiedad, mitad ángel mitad diablo, humildad y soberbia, tosquedad y finura a la vez, Nietzsche, decía: “los riachuelos de mis lágrimas siguen su curso hacia Ti y la llama de mi corazón quisiera encontrarte… y cuando he escuchado tu voz salgo más remozado que antes, más noble y espontáneo, como empujado por aguas y viento de deshielo y lleno de esperanzas, todavía anónimas, lleno de nuevo empuje y voluntad>>. Para nosotros no existe el problema de los autores citados. Por la Fe, la Esperanza y la Caridad el anhelo de nuestras almas queda sobrenaturalizado y proyectado hacia Dios. El camino de la sabiduría o sapiencial queda abierto.

III. La creación y la imagen de Dios en ella.

Dios crea para que la creación le dé gloria. Pero la creación es constante acción de Dios, de suerte que el Señor nos está creando siempre y estampa en nosotros y en la creación la “imago Dei” (la imagen de Dios). “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original” nos dice uno de los libros sapienciales de la Biblia, y quien quiera desfigurar esta imagen, irremisiblemente cae con deformidad, siempre creciente, en la nada; le desaparecerá la luz y el sentido de la vida cerrándose todos los posibles caminos. Y de esta desfiguración de la imagen de Dios surge la confesión nihilista actual: “es de noche, la puerta está acerrojada … estamos en el infierno, hijo mío” (Sartre). Quien se separa del Verbo cae en manos del diablo. Todo ha sido hecho por el Verbo y para el Verbo. Y lo que ha sido hecho fue en El vida y la vida fue la luz de los hombres, nos dirá San Juan. La Creación tiene carácter sacral, por la acción creadora y constante de Dios y por la “imago Dei” en ella.
Esa acción creadora interviene de una manera sublime en la producción del conocimiento intelectual; parece lo más sencillo del mundo, el conocer, y sin embargo estamos insertos en un milagro constante que San Buenaventura “resuelve con su teoría de la iluminación. Fijémonos, por unos momentos, en unos conceptos e ideas, que debieran remozar todo estudio en investigación y que obligan a una actitud ante lo creado de reverencia sacral: El conocimiento sensible podemos decir que es presencia de objeto en la conciencia. Presencia de objeto, que no es diferente del conocimiento que pueda tener un animal. Entonces ¿qué acción misteriosa se realiza para que nosotros afirmemos o neguemos? Con otras palabras, ¿cómo pasamos de la sensación al juicio? ¿Cómo del conocimiento sensible al racional? Es el gran misterio de la filosofía. Hasta el presente nadie lo ha explicado y se viene intentando desde que el hombre existe. Tenemos que admitir la intervención directa de Dios: Puesto que el Señor nos está constantemente creando, nos está también haciendo seres racionales. El conocimiento racional se produce por la acción directa de Dios, por la iluminación. Aristóteles había inventado el “intellectus agens”, que viene a ser así como un "cascanueces", que nos conecta con lo trascendente. Prefiero la explicación bonaventuriana, la intervención divina.
El vestigio, la huella divina, que se encuentra en todas las criaturas nos lleva a Dios y de ahí el manto piadoso que cubre la creación y el carácter sacral de todo lo existente; nos acercaremos a las criaturas con respecto y sentido sacerdotal queriendo encauzarlas hacia Dios en un himno de alabanza y acción de gracias. Si se prescinde de este carácter sacral de lo creado nos quedamos a medio camino y no se responde a las exigencias ni del orden natural y menos del sobrenatural. Imagínense lo que significa esta actitud sapiencial de la investigación científica encontrándose constantemente con la huella divina de las criaturas, que nos proyecta hacia lo eterno. La pedagogía sapiencial en la universidad abriría nuevas perspectivas a la investigación, haría que el estudiante saborease los saberes, los que fuesen ciencia, para convertirlos en “sapientia”. De ahí al área religiosa no hay más que un paso, si no se está ya completamente dentro de ella.
La actitud ejemplarista de un profesor que descubre en las cosas y en simple acto cognoscitivo racional la "imagen de Dios", desbordará torrentes de luz sobre las cosas para que podamos penetrar en ellas y saber cómo es su origen, cómo son conducidas al fin y cómo en ellas resplandece la acción divina del Creador. Dice San Buenaventura que todo método que consistiera en investigar las cosas adhiriéndose a ellas sin reducirlas a la luz ejemplar, como si fuera suficiente en sí mismas, sería vana curiosidad, estulticia y prostitución de la verdad.
La aplicación de los pensamientos expuestos, la podemos ver, claramente, en los siguientes sencillos ejemplos:
a) Entre dos médicos, en igualdad de conocimientos técnicos, uno creyente y otro incrédulo, se prefiere al creyente. La razón es sencilla: el incrédulo verá en el enfermo a un manojo de elementos orgánicos; el creyente verá "la envoltura corporal de un alma inmortal que es capaz de salvarse y también de condenarse". El creyente maneja al enfermo con conocimiento sapiencial… sabe más.
b) Un jurista que ignora la lex aeterna, ese golpear constante de Dios al corazón del hombre para que se encauce hacia El, y sólo maneja el derecho positivo humano, sin relación trascendente que le obligue a obrar en justicia, representa una ficción legal. De ahí el dicho popular "hecha la ley, hecha la trampa".

IV. La estulticia en torno a la verdad.

La estulticia en torno a la verdad aparece cuando se intenta desacralizar lo que Dios ha creado; cuando se arranca la imagen, el rastro, la idea eterna de lo que nos rodea, se cae en el caos de la nada.
Para dar una explicación de lo existente, marginando a Dios, se ha echado mano últimamente del “pantha rei” heracleciano y, en general, de todos los “reontes” griegos. Es el mito del río sagrado, irreversible, que en su constante fluir, crea y preforma la realidad humana y la explica en sus raíces dinámicas y genéticas. Últimamente se han dado cuenta que la corriente del <> deja mucho o todo por explicar. Entonces se han lanzado al mercado de las ideas el mito del <>, que responde maravillosamente a las exigencias sicológicas de aburguesados y somnolientos y que produce, en las conciencias religiosas funestos males. Pero el péndulo va de un extremo a otro extremo, hasta parar en medio. Para los pendulistas la situación presente tenía que producirse, como reacción natural contra los abusos, errores y emisiones de la época que nos ha precedido. Tras algún tiempo esa reacción perderá su matiz exagerado y de nuevo se encontrará la media viable; mientras tanto, “usted tranquilo”.
Pero la verdad no es extremo, sino que “esta ahí”. En concepto popular “in medio virtus” se puede emplear en el ámbito de lo físico y de lo psicológico, sólo en aquello que cae bajo una ley determinista natural; pero apenas salimos del área física, la ley del “péndulo” no aprovecha para nada y conduce inexorablemente a un relativismo de la verdad.
El mismo Santo Tomás, empeñado en salvar a su “cristianizado” Aristóteles, de quien procede el “in medio virtus”, tuvo que confesar que la ley pregonada por el filósofo no era aplicable a las virtudes teologales: el hombre no puede amar a Dios demasiado, ni puede creer demasiado, ni puede confiar demasiado en su bondad y misericordia. Tampoco es verdad que la virtud está en el medio cuando los extremos son viciosos. De dos cosas viciosas no se puede sacar ninguna verdad, sino un vicio mayor. Los extremos no son verdades incompletas, sino errores con todas las de la ley. El axioma “veritas una, error múltiplex” tiene valor también ahora y lo tendrá siempre. Que los hombres pasemos con facilidad de un extremo a otro es cierto. Pero la verdad es diferente, está por encima de ellos, y no depende de los mismos.

Conclusión.

Hemos analizado como el alumno que posea una intensa vida religiosa familiar, verá nacer en él esa inquietud de corazón, que ya comentáramos (cor irrequietum), que será la base para que cuando llegue a la universidad pueda descubrir, con la ayuda de profesores inteligentes y maestros, la "imago Dei" tanto en el estudio como en la investigación, y será también consciente de que si se extirpa el vestigio divino de la creación no se puede poseer un conocimiento total y real de la verdad.
San Buenaventura escribió un tratado con este hermoso título: "Itinerario de la mente a Dios".Es una joya preciosa, es un camino seguro para llegar a la sabiduría y que empieza en la familia y termina con la muerte, que nos lleva a la presencia de Dios.
Creo conveniente terminar con unas palabras de Jaspers que pueden estimularnos, a los que poseemos la fe y la revelación, a adentrarnos en ella y a vivirla más íntimamente: "Quisiera, dice Jaspers, llegar a la conciencia de la verdad, busco al filosofar, libertad, redención, paz, fundamento del ser, la plenitud de la verdad. Y sin embargo, no puedo pretender redimirme con la filosofía, pues la redención sólo la concede la fe religiosa. La filosofía sólo puede brindarnos un “análogon” de redención". La ciencia no puede ser, sin embargo, sólo una curiosidad sin fundamento ni finalidad. El fin del “Itinerario de la mente” bonaventuriano es Dios.
San Buenaventura escribió otro tratado maravilloso, “Reducción de las ciencias a la Teología”, en donde prueba que la filosofía es camino hacia la teología y lo más puramente científico es un eslabón para lo religioso, es el conocimiento sapiencial, el “Itinerarium mentis in Deum”. Jaspers nos habla de consuelo y entrega en la investigación científica, pero esto sólo tiene sentido cuando a través de la oscuridad de la vida, se encuentra la mirada bondadosa de lo divino que quiere encuadrar nuestros planes con los planes de Dios.
Esta es la Acción Pedagógica Sapiencial Universitaria, diríamos, el “Alma Mater” de los jóvenes universitarios de la “Ciudad Católica”.